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EL VIAJE FALLIDO DEL HÉROE

El héroe en su viaje ha de demostrar honestidad y valentía, pero sobre todo ha de saber mirar hacia atrás, pensar en los suyos, en la suerte de su gente, de su pueblo. La guerra relámpago, con la que Putin pretendía llegar a Kiev en un breve paseo militar, se ha convertido en un conflicto enquistado en el que se impone la mesa de negociación.

Hace ya mil días que el presidente ucraniano pudo coger el cómodo avión de la fuga y se quedó. Zelenski fue héroe por unos gloriosos días, pero los héroes tienen el peligro de querer perpetuarse por la eternidad, incluso a costa del padecimiento de los suyos. Héroe puede ser el que combate cuando hay que combatir, pero igualmente el que sabe renunciar a los laureles de la victoria absoluta, firmar cuando el pueblo lo ha dado todo y no queda otra opción.

Heroica puede ser también la humildad, la rúbrica a tiempo, el reconocimiento de que ya no se puede cargar con más muertes a las extenuadas espaldas de una nación. Puede ser apearse de un creciente y preocupante nacional-militarismo a la postre suicida. Zelenski defendió con arrojo la libertad, la democracia, la integridad del territorio nacional. Tuvo su minuto de gloria, pero nadie le llamaba a adentrarse ahora en Rusia, a tomar Kursk y ofender gratuitamente a sus vecinos, a atraer por lo tanto, con la venganza rusa, más sangre y dolor a los suyos.

Cada día más jóvenes ucranianos se esconden para evitar el frente o lo que es lo mismo el ataúd o la silla de ruedas, sólo para que su nación llegue con más peso a la mesa de negociación que se prevé en el 2025. En su reciente visita a los EEEUU, veíamos a Zelenski estampar su firma en brillantes e impolutos misiles. Hiere esa foto a cualquier pacifista, a cualquier amante de la vida, se vista ésta del color o la nación que sea. Le observamos satisfecho, regocijado ante esas poderosas bombas que pueden apagar muchos alientos, causar un daño ingente al enemigo ruso, complicar aún más un panorama ya trágico.

Tarde, pero Biden cumple. Desde su puerta de salida satisface las peticiones del aliado. Nadie debió obsequiar a Zelenski ese mortífero arsenal de largo alcance. Firma sobre el papel del acuerdo y la paz, no sobre el mortal acero, por más que implique inevitables renuncias. Ucrania no puede ganar la guerra, Rusia tampoco. Mientras se impone la evidente negociación, no mande el dirigente ucraniano a más a jóvenes al incomprensible matadero. Unos metros cuadrados de territorio, no valen tantas vidas humanas. Caen decenas cada día.

Soldados con ojos achinados acechan en la trinchera de enfrente. Pueden venir por decenas de miles con la mirada más o menos estirada. El reclutamiento de Rusia hacia el este y allende es inacabable y el soldado ucraniano está agotado. Quiere descansar, volver a casa, abrazar a su mujer, calentarse, sin mirar al reloj, junto a la estufa. Putin se lleve esos pasillos minados, esos infiernos calcinados que ya no son de nadie, que acampe en Donetsk y Lugansk, Crimea… El mundo es muy ancho.

El viaje del héroe se frustra con el tropiezo en el gran hangar, con el garabato torcido, con la "patriótica" firma estampada sobre el hierro mortífero... Los ATACMS de vuelta a sus abrigos.
La entente occidental no debería enviar a Ucrania más peligrosos misiles que acercan aún más la posibilidad de una contienda nuclear. Bastará abrir a los futuros desplazados ucranianos las fronteras de nuestros países. Así podrán izar su nuevo porvenir lejos del odio, la destrucción y la muerte.

 
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