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Nunca ofender

Derecho a ofender nunca. A argumentar, impugnar, objetar, contradecir, refutar…, siempre. A ofender jamás. Razonando se consagra nuestra humanidad. Razonar nos eleva, ofender siempre, en toda circunstancia, nos denigra. La ofensa niega la chispa divina de la que absolutamente todo ser es portador. Faltando pretendemos apagar esa chispa, pero es un tremendo error, porque esa chispa es divina, es de Dios y jamás podremos contra ella.

El mayor criminal del mundo no merece ser faltado; merece ser denunciado, que es algo bien diferente. Con la denuncia yo expongo lo terrible de su comportamiento, le expongo a su propio error contra la Ley Universal de la Solidaridad y el Amor. Con el insulto cierro el paso a su necesaria y siempre deseable redención.

Acallar la ofensa que quiere brotar de nuestro astral inferior, es un signo de evolución. Denota el creciente control de nuestra alma sobre nuestra condición inferior, o en términos más concretos de nuestro cuerpo mental superior sobre nuestro cuerpo emocional sumido en baja vibración.

 
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