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Pescado

He de tomar conciencia de todo lo que el hermano del mar bravo me regala. He de imaginar la belleza, la sutilidad de su nado por el océano inmenso antes de llevármelo a la boca. Lo menos que puedo hacer es detenerme ante el plato, recordarle cuando surcaba libre los mares sin que nadie le cercenara el camino, sin que la luz de ningún sol golpeara en sus escamas. Lo menos que puedo hacer es un silencio antes de hacerlo trizas y tragármelo. Esbozo una oración, honro su memoria, antes de que pase a formar parte mi cuerpo.

De forma excepcional, estoy comiendo pescado estos días. Agradezco infinitamente al animal que ha muerto para que yo viva, que me ha ofrecido su carne, para que yo gane en fuerza y vitalidad. Lo ingiero despacio y en silencio, pues es la única forma de venerar su sacrificio.

Estamos llamados a poner el máximo nivel de conciencia y responsabilidad en cada uno de nuestros actos, por supuesto también a la hora de sentarnos a la mesa. Estamos en infinita deuda con el reino animal. El Libro Oculto de nuestros haber y deber, aquel que nos será revelado cuando dejemos este vehículo de carne, registra todo beneficio y daño que causamos a la Vida en cualquiera de sus formas y manifestaciones, no sólo aquel bien o perjuicio que eventualmente generamos a nuestros congéneres humanos.

Nuestros silencios reverentes, nuestras oraciones, nuestro masticar agradecido puedan siquiera, en alguna pequeña medida, compensar nuestros temidos arpones, nuestros metal hiriente, nuestras redes salvajes.

* En la imagen el salmón con el que contraído deuda.

Artaza 26 de Julio de 2019

 
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