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Nunca sobra el perdón

El presidente de México, López Obrador, independientemente de su mayor o menor acierto en la solicitud de que el rey Felipe VI pida perdón por la conquista de México hace 500 años, nos ha acercado una reflexión necesaria. Nos ha dado la oportunidad de recapitular colectivamente, de repasar y repensar la asignatura del pasado. Nos ha predispuesto a reconciliarnos con nuestra propia historia. El máximo mandatario de la nación hermana nos ha presentado la oportunidad de rescatar nuestra responsabilidad en el tiempo en que fuimos los más poderosos. Pero, ¿hasta qué punto somos responsables de los errores de nuestros antepasados?

La tradición esotérica u oculta nos habla de que existe un “karma” o responsabilidad personal, pero también de que existe un “karma” o responsabilidad colectiva. La responsabilidad colectiva se adquiriría desde el momento en que constituiríamos un alma colectiva diferenciada. A partir de esta premisa no sobraría el perdón, la oportunidad de acercarnos a otra alma colectiva, otrora adversaria. Avanzaríamos en conciencia admitiendo que no utilizamos acertadamente ese mayor poderío, reconociendo excesos, no eludiéndolos. La humanidad gana con plus de perdones, pierde con su déficit.

Ahora bien, ¿hasta dónde ha de alcanzar ese sentimiento de responsabilidad colectiva, con su consiguiente conveniencia de solicitud de perdón? Es cierto que el tiempo va borrando esas responsabilidades, las va haciendo más ajenas. No es fácil resolver la cuestión, sobre todo si buscamos más la gloria, que la sencilla y sincera humildad, si pretendemos antes inflamar el orgullo nacional que reconocer el error del dolor generado y la sangre derramada. No es fácil el ejercicio del perdón colectivo, pero el enaltecimiento de nuestros pasados, sumidos en demasiadas ocasiones en la barbarie, lo dificultan mucho más.

El verdadero y necesario orgullo colectivo puede nacer del reconocimiento de nuestra condición humana, por lo general bastante primaria en el pasado. Puede surgir con el desnudo de las glorias que en realidad nunca llegaron a serlo, al comenzar a arriar los estandartes que invadieron, a silenciar para siempre el eco de los cañones que arrasaron. Sobre todo, podrá brillar a partir del anhelo de reescribirnos, de rehacernos, de ser cada vez más con los otros y para los otros, nunca más en perjuicio de los otros.

Hernán Cortes fue un bárbaro, por más que los caudillos locales adquirieran también grandes responsabilidades. Actuó de forma despiadada y cruel, pero seguramente no en menor ni mayor medida que otros conquistadores e invasores que avanzaron con otras espadas manchadas de inocente sangre, con otras banderas, en otras geografías. ¿Nos invita ello sin embargo a colocarnos a la cola en la fila del perdón? No sobran los perdones colectivos, sobre todo considerando que son gratuitos. Sólo requiere el sacrificio de un exceso de orgullo patrio. Si los pueblos y las naciones se predispusieran a pedirse perdón, nos ganarían las ganas de trascender pasados y mutuos agravios, de construir un futuro en mayor armonía y solidaridad.

Es cierto que las responsabilidades se acumulan, pero ¿cómo resolver esta cuestión? ¿Cuándo llega el momento de pasar página? ¿A partir de qué siglo, a partir de qué matanza o exterminio…? La hora de la tabla rasa puede llegar con la confesión autocrítica de la historia, reconociendo que de ninguna conquista nadie puede quedar satisfecho. El momento del razonable borrón y cuenta puede ser con la voluntad de hacerlo definitivamente diferente, con más tolerancia, compasión y comprensión. La ocasión para superar el pasado puede alcanzarnos con el reconocimiento de que todos fuimos un poco bárbaros, de que lo pudimos hacer mejor, con menos violencia, con menos codicia y odio. El perdón constituye la entrada más angosta, pero también la preferente hacia un nuevo tiempo más amable y fraterno.

El perdón colectivo cura y restablece esa alma que también tienen los pueblos. No le faltaba razón a Ghandi cuando afirmaba que el perdón es el atributo de los fuertes. Conviene por lo tanto ser “fuertes” y solicitar perdón si se reúnen pruebas y argumentos, conscientes de que seguramente no habrá ningún pueblo o nación sin su carga, más o menos abultada, de barbarie. Ganan los pueblos que se apresuran a pedir perdón y saldar sus cuentas morales con otros pueblos, sus débitos con la historia.

Se alzan estos días, con su importante caudal de razón, las voces de intelectuales que, a la vista de una historia humana colmada de barbarie, invitan a mirar hacia adelante, a comprometerse con un futuro impregnado de valores que antes brillaron por su ausencia. Sin embargo, la solicitud de perdón por el pasado errado apunta a que representa condición indispensable para alumbrar ese mañana definitivamente diferente. A partir de una catarsis de perdón colectivo sin fronteras, sería más fácil iniciar una nueva era en la que primen por fin y para siempre los valores de la civilización sobre los de la barbarie.

Artaza 27 de Marzo de 2019
www.koldoaldai.org

 
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