Política y paz | Una sola humanidad | Espiritualidad | Sociedad | Tierra sagrada

VIEJOS AMIGOS

Confieso haber comido y bebido más de lo debido. No escribo para glosar pecado, sino para ensalzar amistad. Estaba tan a gusto con esos viejos amigos y amigas, que se levantaron más barreras de las debidas, se iluminaron en verde más semáforos de los habituales. Un ambiente cálido y fraterno, al tiempo que olvidadizo, alargó mi mano hasta la bandeja de jamón y presentó recurrente el vaso para que me escanciarán un Rioja de primera.

Tuve que dejar temprano el ágape entrañable. Sólo medió el aire de la Kontxa al atravesarla raudo del Antiguo a Gros. Salté corriendo de una a otra “Eucharistía”. A media tarde debía acompañar a mi madre a su misa. Salí del "zulo" gastronómico y a los breves minutos me encontraba ante el esplendor iluminado de un altar. Mi madre, un poco sordita ella, me hace que la lleve a primera línea de los bancos.

Confieso que llegué un poco contento a la segunda “Eucharistía”, de la Iglesia, que entoné con singular fuerza los cantos religiosos, que puse especial entusiasmo en el "Salve Regina", que me apliqué con especial fervor al dar la paz tras el Padre Nuestro. No me enorgullezco de haber gozado con ese buen vino garganta abajo, sólo quiero glosar la excepción. La verdadera amistad no necesita ser regada con un genuino Rioja, menos aún urge de un cuestionable jamón serrano, pero quizás también hay que saber saltar las propias reglas. Quizás proceda el breve paréntesis en la seguridad de que mañana tu bandeja no contendrá sufrimiento, de que el caldo añejo será sólo para las fiestas de excepción, para cuando tan viejas y apreciadas amistades retornan a tu vida, para cuando viajas con ellos en el tiempo y te pones a recordar la hora en que juntos nos tragábamos el mundo.

Gloso la amistad y también la flexibilidad. Las reglas quizás eran para romperlas puntualmente algún día, en la hora que te citas con quien otrora tanto compartiste y ahora le ves con cabellera blanca enfocando ya la última etapa de su vida.

Habíamos marchado de nuestras respectivas casas familiares antes de los veinte años y montado pequeñas comunas vinculadas entre sí en pisos del extrarradio donostiarra. La fuerte amistad forjada en la intensa militancia y en una convivencia que, aún en toda su inmadurez, se manifestó siempre armoniosa, nos volvía a reunir en una sociedad gastronómica. Solo una amiga avanzó por el camino espiritual tras una enfermedad, pero los demás a su manera siguen abrazando nobles valores. Quien más quien menos está entregado a una causa solidaria, ecologista, feminista, en favor del euskera y la cultura vasca... También hay quien bajó de Lakabe, la pionera y ya legendaria ecoaldea navarra. Una vez cada año nos reunimos al término de las fiestas navideñas.

Estoy volviendo a mi casa junto al bosque. Mi despensa no aloja añejos caldos, en mi frigorífico no hay nunca jamón, ni merluza. No sé si entonar el “mea culpa” de cuando pequé con tan poco freno. Quizás el problema comienza de verdad cuando el dulce mareillo del vino no nos abandona, cuando hacemos regla de la excepción y el sufrimiento animal campa con una asiduidad nunca cuestionada sobre nuestros manteles.

Habrá quien observe desnortamiento en mis escritos, bandazos entre el panegírico del retiro y el guiño a la sociedad gastronómica. Quizás no le falte razón, pero seguramente también la escapada puntual permita abrazar con más fuerza la soledad de la montaña, el compromiso con una vida más interior.


Artaza 8 de Enero de 2023

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS