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"¿VICTORIA TOTAL?"

Zelenski teme que Occidente afloje, que no le acompañe hasta el final en su empeño militar, que su vital ayuda con el tiempo vaya mermando. El popular presidente ucraniano no esconde que desea ir a por la "victoria total", sin embargo, a estas alturas, tras tanta sangre, destrucción y muerte, no podemos sino empezar a preguntarnos, ¿qué será eso de la “victoria total”? ¿Son kilómetros cuadrados que cambian de bandera o familias que retornan ya a sus hogares, ciudades que recuperan sus ritmos, pizarras que se vuelven a llenar de letras torcidas y garabatos, hospitales sacados de la tiniebla que comienzan a operar de nuevo sin equipo de petróleo…?

¿La “victoria total” es completar el mapa con azul y amarillo o mortales misiles detenidos en su rampa ya caliente, campanarios que se mantendrán erguidos hacia los cielos, escuelas que no tornarán escombros, sobre todo vidas que continuarán latiendo…?

La “victoria total” bien pudieran ser cielos de exclusivas nubes y aves, miradas recuperadas de la nada y la desesperación, otoños, sobre todo futuros de nuevo caminados en paz, porvenir de césped y prado que no de socavones, herrumbre y cascotes. Quizás la "victoria total" sea más un tema del corazón, de los significados que izamos en sus montes y valles, en sus collados ya ganados e incluso escondida umbría.

No son lo mismo los “Patriots” americanos que están interceptando los ataques criminales rusos sobre la pacífica ciudadanía de Kiev, que están salvando incalculables vidas inocentes, que los misiles arrojados por el ejército ucraniano estos días sobre la ciudad de Donetsk. La máxima de que la “mejor defensa es un ataque” puede empezar a ser cuestionada en un mundo en que deseamos ir reduciendo a la mínima expresión el concepto de “enemigo”.

Hay por ejemplo una suerte de rojo y azafrán que sí encarna rotunda victoria. ¿Alguien se atrevería a decir que el Dalai Lama, que la resistencia tibetana no han triunfado sobre la ignominia, sobre la opresión china más abusiva? Ese mayúsculo ejemplo de firmeza y compasión, de coraje y resistencia no violenta se levanta en la cima de nuestros referentes.

Este tiempo de cada vez más debilitadas fronteras territoriales nos invita a reflexionar sobre nuestro caducado concepto de victoria y el músculo con el que históricamente ha venido acompañada. La idea de victoria no debiera ir necesariamente asociada a la conquista o recuperación de territorios invadidos. Podemos intentar ser libres en tierra ocupada, conscientes de que toda “ocupación” externa tiene sus más que inevitables límites. Algunos atrevidos Mandelas ya nos han sobradamente mostrado que podemos ensayar los anchos márgenes de la libertad interior, incluso bajo el más férreo control.

Los tibetanos no disponen de patria libre desde hace ya más de siete décadas. Muchos viven “alquilados” en tierra ajena y sin embargo quién cuestionará su autoridad moral. La victoria no significa necesariamente atacar con más sofisticados y lejanos misiles, sino presentar ante el mundo más contundentes y poderosos argumentos. Reparemos en el sólido modelo que encarna un ya muy anciano Dalai Lama. Armado exclusivamente de su sonrisa a toda prueba, de su perenne bondad y altruismo, ya ha derrotado a la todopoderosa y ambiciosa China. Sin misiles, no sólo de acero, sino tampoco de duras palabras que nunca osó disparar, ha salido victorioso de una ya larga contienda. No ambiciona nada, ni siquiera reclama la independencia para el Tíbet. Se contenta con una sencilla autonomía. Desde esa paz inquebrantable, desde su llamada constante de no-violencia dirigida a la juventud tibetana más airada, ya ha triunfado holgadamente.

Observemos la impagable enseñanza que ha regalado al mundo. ¿Qué sería de nosotros sin su testimonio, que a estas alturas se nos torna ya indispensable, sin nadie que nos dijera que podemos “vencer” meditando y orando desde nuestro Dharamsala interior, desde nuestra humilde morada en el exilio? Vuelva o no el Dalai Lama a la falda de las cumbres nevadas, a la patria que le vio nacer, ya ha vencido en nuestro fuero interno.

Es por ello que la victoria ucraniana bien pudiera ir de noches sin sirenas, de manos que no tiemblan junto al fuego, de villancicos sin estruendo… La “victoria total” podría incluso representar un terreno íntimo sin banderas en el que los humanos aprendemos a ser libres, por más que fuera se imponga la dictadura más cerrada. Por cierto, Zelenski ya ha recuperado para los derechos humanos y las libertades, para la valiente nación ucraniana, más del 85% por ciento de su legítimo territorio.

La historia comienza a anotar victorias que no son las del mencionado y siempre recurrido músculo, que cada vez tienen menos que ver con el potencial de fuego, menos con la fuerza bruta de afuera y más con la pura energía acumulada adentro. A la postre la historia será implacable con las anacrónicas dictaduras de todos los signos y latitudes, con quienes a estas alturas siguen invadiendo y agrediendo, con quienes continúan ahorcando valientes y ahogando libertades, frenando imposibles y otros jóvenes, largos e indomables cabellos al viento.

Arteixo 13 de diciembre de 2022

* Imagen: Refugiadas ucranianas envueltas en mantas hacen fila bajo el frío mientras esperan ser trasladadas a una estación de tren

 
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