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Amoñak (abuelas)

Aún les quedan calcetines rotos para rescatar de la noche los mejores recuerdos. Se siguen arreglando con disimulo en el espejo del lento ascensor, tomándose sus últimos “vermouths” en plazas de pancartas que no ya no entienden… Ni a los ochenta tiran por el suelo los ojos. Unas mantienen la mirada clavada en el Cielo, otras agitan las alas, otras ya emprendieron vuelo.

Hoy va por ellas, nuestras madres, las que nos hicieron un sitio en su vientre, en sus días, sobre todo en sus anchos corazones. En el día de la mujer trabajadora vaya este homenaje a esas abuelas tiernas en tiempos duros, alegres en medio de la larga noche, siempre entrañables.

No les dieron parte en este mundo y sin embargo engendraron sus arquitectos. No les dieron el mango y sin embargo no faltó el mejor aroma en sus platos. No les dieron palabra y sin embargo no guardaron rencor. No les dieron poder, pero tampoco lo extrañaron. No les dieron nombre, pero las seguiremos escribiendo en nuestros poemas más sentidos.

Ahora les callamos los nombres de las esquelas, les escondemos aguja e hilo, para sacarlas a bailar el compás detenido, la melodía inconclusa, la primavera sobradamente merecida. El largo desierto no apagó su sonrisa y ahora las estaríamos cogiendo siempre del brazo para llevarlas a pasear por un mundo que ya no conocen, por un rosario de bahías bravas que no conoce fin.

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Las medicinas me las quería pagar hoy dos veces. El nombre de mi pueblo ya no llega a sus labios. La última película que gozamos juntos, ya se ha borrado de su reducida pantalla. El horario de las misas, hasta hace poco tan preciso, empieza a bailar descontrolado… Sembrar olvidos es una forma de partir despacio, sin sobresaltos, sin desgarros. Ella ya se puso de puntillas…

En realidad en todo momento estamos partiendo a golpe de olvido. ¿Será el deseo de hacer sitio a una memoria más grande? El olvido nos sitúa en el tránsito entre las dos orillas, entre los dos mundos. Aún no hemos partido de aquí y aún no hemos sido recibidos allí. En ese puente privilegiado, en esa tierra de nadie nos toca abrazar con especial cariño a nuestros seres queridos.

Podemos estrecharlos con tanto amor, como desapego. Están con nosotros y a la vez están partiendo. En vez de pretender anclarlos, debemos dejarles olvidar, dejarles partir… Nuestro reto dice mucho de permitir que la niebla avance, sin desear detenerla. ¿Quiénes somos para retrasar el brillo de un Sol más poderoso que en la otra orilla les aguarda…?

Hay muchos mundos dentro de este mundo. Pretender que recuerden el nuestro, no será una suerte más de egoísmo, de retenerles más allá de la hora. Empiezo por fin a comprender que sus lagunas no son un objetivo a combatir, sino un trozo de Cielo ya ganado a respetar.

 
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