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Crónica gráfica de la Ceremonia de Aralar 2008

Volvimos este año por fin al lugar original de la cita, tras varios años de refugiarnos, bien en el profundo bosque, bien en el frontón cubierto de Baraibar. Las danzas universales de paz generaron desde primera hora de la mañana un clima de estrecha unión y profunda interiorización. El círculo se iba agrandando a media que iban llegando hermanos y hermanas mayormente de Bilbao, San Sebastián y Pamplona, si bien es verdad que vinieron también de Bolivia, Canarias, Madrid y Barcelona, amén por supuesto de todas las comunidades cercanas. El eco conmovedor de la txalaparta anunció sobre las doce el comienzo del ritual. El “Agur Jauna” dio inicio a la cascada de cantos, al sembrado de la flor, a las oraciones y palabras que se sucedieron en una inolvidable mañana soleada, no exenta de frío viento.

¿Quién árbol, quién humano? ¿Quién con ramas, quien con brazos? ¿Quién con yemas de tiernas hojas, quién con brotes de inacallable esperanza?

Volvíamos al tiempo en que éramos todos uno, con raíces en la tierra, con brazos en el Cielo. Volvíamos al tiempo sin tiempo en que todo estaba dentro de un círculo siempre fecundo, volvíamos a la eterna primavera, a la verdeante hermandad que nunca deshoja.



¿Cuándo acordamos esa cita en medio del hayedo milenario? ¿Cuando ensayamos por primera vez la sinfonía sagrada en medio de la exuberante, de la infinita hojarasca?

¿Seres de carne o madera? ¡Que importa tan nimio detalle, si éramos un mismo canto de gozo, de inmenso agradecimiento, de gloria al Cielo por haber dispuesto esos instantes de tan profunda Unión, por haber avivado de nuevo el círculo de hermanos de savia, de sangre, de luz…!

Canto en los labios y arrobamiento en el alma; cientos de hermanos dispuestos a rescribir el futuro, a inundar la tierra de ese manto de flores y hojarasca, de plegaria y canto, de sonrisa y gozo…, de esa nube de copal y nuevo aliento.



Alguien alcanzó a contar el tiempo. Debieron ser casi tres horas en suprema solemnidad, en profunda interiorización.

Volveremos, mientras que el Cielo nos de fuerzas, a la montaña sagrada de Aralar, a todas las montañas donde se anuncie ya el tiempo fuera de este tiempo, a todas las cumbres donde desborde ya el anhelo de levantar para siempre una nueva civilización de genuino Amor, de auténtica Fraternidad.

La misión de servicio continúa. Siempre unidos en el Trabajo Uno.



 
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