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Bye, bye Kolkata

Había que conocer Calcuta, pasar por su infierno en la tierra. Nadie es el mismo tras este paseo por una realidad tan cruda. Tarde o temprano, toca integrar dentro de cada quien el conocimiento de un dolor tan desparramado por el mundo. A cada quien nos aguarda nuestra Calcuta, más o menos sórdida, su tremendo interrogante al echar la última mirada hacia atrás y decirle adiós, noqueados, despistados.

En un momento u otro es preciso salir de nuestra caja de cristal e ir al encuentro de las realidades más duras. Tras ese deambuleo por las calles de las tinieblas, tras ese asalto a cada paso de los hijos y las madres del infortunio, se gestan en cada quien transformaciones vitales. Quizás algo pulse más fuerte que antes hacia Arriba, quizás se avive un anhelo de Cielo, una necesidad de volar lejos, de volar alto…; quizás ganas de retornar ya arremangados, ya sin loción antimosquitos, ya sin vitaminas, ni tapones en los oídos, ya desnudos, ya sin nada.., por fin colmados de fe…

Viaje y crónica van llegando a su fin. Hemos volado de Kolkata a Mumbai y, si Dios quiere, pasado mañana, a primera hora de la mañana cogeremos el avión de vuelta a casa. Bajo el ventilador de la habitación del hotel, girando a su máxima potencia, hilamos el último relato.

Ayer actuamos en dos hogares de las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa en Kolkata. Por la mañana estuvimos en la casa “Daya Dan” (Regalo de la misericordia) y por la tarde en “Shishu Bhavan” (Casa de los Niños). El primero es un hogar donde estas hermanas de entrega incombustible y voluntad de acero acogen a los niños disminuidos mentales que nadie quiere. El segundo es un hogar para los niños huérfanos. Al llegar allí nos recibió una hermana española, cuyo nombre y procedencia obviaré, pues tal es el anonimato y la discreción con la que desarrollan su tarea. Mostraba el mismo rostro de felicidad que habíamos conocido en las otras hermanas. A pesar de su duro trabajo de jornada entera -a lo largo de todo el año sólo tienen nueve días de retiro espiritual-, se las ve con una envidiable vitalidad.

“Shishu Bhavan” se encuentra al borde de la avenida “AJC Base Road”, la misma que la Casa Madre de la compañía. El hogar se separa de la calle por un simple murete con sus puertas de hierro. Nos indicaron que debíamos actuar en el patio, junto a esa misma avenida de estruendo. Con su sonrisa espléndida la hermana española, nos daba a conocer que no tenían otro lugar. Nosotros íbamos a estar allí un par de horas y yo sin embargo no podía evitar apuntar las condiciones de exceso de ruido para el desarrollo de nuestro trabajo. Veía en la hermana un cierto asombro por mi observación. Ellas están allí siempre, no se mueven, sin embargo no se manifiestan para nada molestas con el ruido. Parecieran haber vencido internamente toda esa suerte de inconvenientes. Les asiste un discreto gozo que se les aprecia en el primer saludo. Una vez terminada la actuación, no pude sino acercarme a la hermana y pedirle disculpas por las reticencias iniciales, así como por las dos sillas, una detrás de otra, que se había cargado Kili-Kili durante la actuación.

Nos llevó después del show por toda la casa. Vimos a los recién nacidos huérfanos, agitándose en sus cunas de mimbre. Todos aguardan adopción. Nos dijo de correr la voz, que hacen falta padres para llevarse a esas criaturas, que tan prematuramente han vivido desamparo e incertidumbre. Tienen también un pabellón allí para niños disminuidos físicos y mentales. Según nos compartió, los procesos de adopción son en esos casos más acelerados.

A la noche, para despedirnos de Antonio Mesas (Fundación Ananta-Colores de Calcuta) y celebrar la finalización del trabajo, nos fuimos a cenar a un chino. Por un lado, nos encontrábamos satisfechos, pues la tarea había terminado con bien y nadie se encontraba enfermo. A destacar sólo los pies hinchados de Cristina y la tos persistente de Javi. Por otro, una suerte de tristeza asaltaba a payasos y acompañantes. A punto la ciudad pudo con ellos y su cargamento de sonrisas. Volverán, si Dios quiere, a calzar nariz roja y trajes de colores, pero ahora necesitan un baño de luz y de paz.

Terminamos ya el trabajo. No sé si la misión ha sido cumplida, o recién comenzada. El viaje no ha sido precisamente gozoso, pero sí vital, imprescindible. Es preciso descender en vida a los infiernos. No sé cómo nos golpeará Calcuta mañana, si la memoria podrá rehacer un cuadro más generoso, sin tanta suciedad, sin tanta polución, sin tanto ruido… No sé si los cláxones se irán callando con los días o se mantendrán siempre unidos al recuerdo de la ciudad. Estamos llamados a cargar con todos los recuerdos, los felices y los menos. No hay opción de “papelera” en ese disco demasiado amplio e intransferible de la memoria.

Al fin y al cabo la memoria es lo que nos mantendrá mañana alertas, despiertos frente a nuestro propio egoísmo, frente al dispendio y la ofensa de lo innecesario, memoria para recordar que somos uno también con los que habitan entre las montañas de basura, con quienes viven y se acuestan en los lugares más infestos….

Bendice Dios nuestro a esta ciudad de 18 millones de seres, a esta megaurbe que tan difícil dispone el oficio de vivir en el arranque de cada jornada. Sea el silencio, la belleza, la pureza, el orden…, un día al final de sus avenidas atestadas de destartalados vehículos. Bendice a quienes sobreviven en esos inframundos sin lamentación, ni queja alguna.

Bendice Dios nuestro a toda esa gente de los arrabales de Calcuta que dejamos atrás, a los tres millones de seres que duermen cada día en sus grises calles. Bendice a quienes se confunden con las sombras, a quienes tienen un plástico por techo y el duro asfalto por colchón. A quienes cocinan, lavan, juegan y aman sobre ese mismo duro alquitrán, bajo todo el permanente ruido y la omnipresente contaminación.

Bendice a quienes probablemente nunca volarán como nosotros ahora, a quienes nunca podrán comprar un billete de avión, aunque sólo sea para tomar por unos instantes altura sobre tanta mugre y suciedad.

Bendice por supuesto a los ángeles de humilde shari blanco que pusieron morada en medio de los infiernos. Dicen que no escribamos sobre ellas. ¿Sobre qué si no? Hay heroísmos diarios, constantes, que no procede silenciar. Hay ejemplos excelsos que es preciso aventar. No he visto galones comparables a las tres rayas azules sobre el blanco, al crucifijo en el hombro que ellas llevan, con ejemplarizante humildad.

Arranque o concluya este periplo de payasos, lo que sí queremos llamar la atención es sobre la vital labor que están desarrollando sobre el terreno tanto las Hermanas de la Caridad, como todas las ONGs españolas que os hemos ido mencionando en las diferentes crónicas: Fundación Ananta-Colores de Calcuta, Calcuta Ondoan, Ek Prayas Sonrisas de Bombay… Si nombramos éstas y no las extranjeras, que son dignas del mismo encomio, es por la facilidad que encontraréis para ayudarles, realizando donativos a través de entidades de ahorro españolas.

El avión que nos lleva de Calcuta a Mombai se eleva sobre la ciudad que pudiera parecer dejada de la mano de Dios. Estamos convencidos que no es así, aunque no resulte fácil, a primera vista, comprender la razón última de tanto sufrimiento y desatino unidos. Desde los aires semeja incluso bella. Benditas las alturas que tragan las tinieblas…

En breve volamos para la península, pero tenemos todo un día en Mumbai para reflexionar sobre lo vivido. Los monumentos y museos pueden esperar. Será más recomendable observar detenidamente el tesoro de toda la experiencia recogida…

Del calor asfixiante de Oriente a un invierno que, por lo que sabemos, se resiste a marchar en la península. Vientos fríos demandan el cuerpo y el espíritu, vientos del Norte para despertar de este ensueño de veinte largos e intensos días. Fuerte abrazo desde la tórrida Mumbai de la parte de Cristina, Ana, Javi y servidor.

Quinta entrega de a “India por una sonrisa”
Mumbai 14 de Marzo de 2010


 
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