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Levantar a la Argentina

Una nueva sociedad está naciendo silenciosa, pero firme, una nueva civilización inspirada por fin en el cooperar y en el compartir. El viejo mundo basado en la competencia y la rapiña, en el abuso del mercado y del más fuerte ha hecho aguas en Argentina y por ello está arraigando allí con más fuerza que en otros lugares la alternativa. Una democracia auténticamente participativa comienza a contagiar un país de gran tradición caudillista.

Encariñarse de un país puede acarrear la peligrosa tentación de comenzar pasear por su geografía interrogantes inoportunos. No es de recibo modelar sus perfiles de acuerdo a los propios paisanajes de ensueño. Un pueblo se acepta tal cual es, no como uno quisiera que fuese. La frustración deviene a menudo tras una balacera de preguntas fuera de lugar, con colección de respuestas rompiendo esquemas. Una incipiente novia no tiene porque haber leído los mismos libros, ni haber subido a las mismas montañas, ni haberse asomado a las mismas orillas… Argentina no debía necesariamente seguir el loable modelo brasileño. Me costó veinticinco días de desatinados interrogatorios darme cuenta de ello.

¿Tras impresionante revuelo callejero, tras la experiencia de las concurridas asambleas barriales, por qué el movimiento de descontento no había encarnado en una oferta electoral de unidad entre todas las auténticas fuerzas de progreso? ¿Por qué no había emergido una nueva casta de líderes tras la agitación de los meses precedentes? ¿Cómo es que el vecino “tornado Lula” no había animado a la organización de los sectores populares y las conciencias intranquilas? ¿Es qué la gesta brasileña había sido en balde? ¿Por qué Argentina debía de aguantar en la presente cita electoral otra remesa de incompetentes, interesados, cuando no corruptos políticos, después de que el “Que se vayan todos”, tronara hasta en los mismos cielos bonaerenses? Paseaba mis rebeldes preguntas, ignorante de que cada país ha de vivir a solas sus aciertos y “shokcs”, sus esperanzas y desencantos, en su propio “rincón”, sin nadie que le incordie llamando a la puerta.

Aún y todo, a fuerza oído avizor, de largas horas en “colectivos”, “subtes” y “trenes” porteños, a fuerza de medias palabras y miradas enteras, a fuerza de tertulia y literatura fui honrando con pequeñas respuestas la grande e inoportuna pregunta. Fui uniendo unas y otras claves, consciente de que la complejidad del tema reclamaba una argumentación nada sencilla.

Jorge Luis Borges alumbró una de las primeras pistas: “El argentino, individualmente, no es inferior a nadie, pero colectivamente no existe”. Los argentinos recién comienzan a ganar una conciencia de unidad, a darse cuenta de su poderío. La conciencia grupal del pasado tenía más que ver con un lastre de seguidismo colectivo. Sólo ahora se empieza a descomponer la sombra de Perón.

Ese sentimiento de unidad representaba más un sentido de filiación con respecto al “padre de la nueva patria” que una conciencia de autonomía y emancipación. El desgarro de la crisis ha servido para dar ese necesario portazo, para que el pueblo adolescente repare en su poderío y comience a pensar en un destino más propio. La mayoría de edad es incompatible ya con la perpetuación de un, por ende, dividido justicialismo. Tres candidatos irreconciliables se disputaron la herencia de Perón en la primera vuelta de las recientes presidenciales. El otro partido tradicional, el radical, muestra aún más avanzados signos de descomposición. El pasado paternalista va cediendo y se abre un panorama de mayor, más madura y activa participación política.

Por otro lado, la clase media argentina era mucho más numerosa en Argentina que en su vecina Brasil. Esta se convierte en auténtico agente de trasformación, una vez privada de gran parte de su poder adquisitivo. La relativa prosperidad del pasado actúo como anestesiante. Sólo una vez en cuestión su privilegio económico, se vincula al desafío grupal de cambio de las estructuras políticas y de mejora del país. La clase media tiene ahora menos que perder y por lo tanto su implicación social y política es cada día mayor.

La fragmentación y anquilosamiento de una izquierda es otro de los factores que han impedido el emerger de un nuevo y amplio liderazgo de progreso. El solitario y destartalado autobús de Izquierda Unida paseándose por la bonaerense Plaza de San Martín en la campaña electoral, es imagen de lo que representa un conglomerado envejecido de cinco formaciones, preso de unas ideas sin renovar, que aún subsiste con el rédito del pasado, pero que carece de genuino entusiasmo, espíritu renovado y visión. La hegemonía del peronismo ha contribuido a arrinconar una paleoizquierda instalada en su discurso decimonónico.Sobre esta misma izquierda que no ha mostrado especiales reflejos para el reciclaje, pesa además la acusación de haber pretendido controlar el movimiento barrial y asambleario en lugar de impulsarlo.

Injusto sería, llegados a este punto, obviar la desaparición física de 30.000 jóvenes comprometidos social y políticamente durante la dictadura militar. Esos jóvenes serían los adultos que hoy podrían conducir esos convoyes y otros convoyes con mayor altura de miras, con mayor creatividad en sus programas, con mayor generosidad en sus planteamientos unitarios. Otros muchos también partieron. Innumerables talentos, técnicos y creativos buscaron en tierra extranjera el horizonte que no pudieron hallar en su país. El convoy del progreso se fue quedando con menos reemplazos al volante.

Los medios de comunicación han parido sus productos florescentes, mezcla de neón y denuncia cómoda, como el Partido de la Gente, pero sin un programa serio y homologado. La opción más limpia y esperanzada, aunque aún verde, sería la de la centroizquierdista Elisa Carrió y su partido ARI (Afirmación para una República Igualitaria) con 2,7 millones de votos y un 14’4 % de los sufragios en las recientes presidenciales. Si bien aún su alternativa necesita maduración y está falta de un equipo preparado, su más que digno cuarto puesto en la primera vuelta es signo de que dirigentes nuevos y honestos van abriendo camino. Como asignaturas pendientes, la escucha de otras voces y la construcción de una formación menos personalista. Otras formaciones, libres de toda sospecha y consecuentes con su ideario de verdadero cambio como el Partido Humanista no han conseguido aún romper su cerco meramente testimonial.

Resta por último el argumento de la depravación de propio sistema. La cristalización y corrupción de las estructuras políticas, sociales y judiciales han dilatado la llegada del cambio inevitable. El primer gran reto es por lo tanto el de crear una nueva institucionalidad con una profunda base democrática. Evidentemente, sólo en un renovado clima de confianza en la administración se puede asentar un futuro más esperanzador. Sin embargo, más allá de los incipientes síntomas de despolarización y renovación política, ya hay una nueva Argentina en marcha, que no aguarda a que el sistema mute y los mandatarios cumplan con sus más elementales deberes, que no espera a la necesaria renovación de la clase dirigente. Aumenta el número de gentes comprometidas que no se molestan en tumbar el viejo mundo, pero que levantan con renovado entusiasmo e imparable accionar uno nuevo.

La nueva Argentina está ya operando, por más que el cuadro político y la oferta electoral apenas lo refleje, por más que aún no hayan cedido los degradados y anquilosados mecanismos y estructuras. Argentina irá pasando del “micro” al “macro”. Por ahora son microproyectos, “microemprendimientos” que llaman ellos, microempresas, microalternativas… pero lo pequeño tornará grande, más pronto que tarde. Una nueva sociedad está naciendo silenciosa, pero firme, una nueva civilización inspirada por fin en el cooperar y en el compartir. El viejo mundo basado en la competencia y la rapiña, en el abuso del mercado y del más fuerte ha hecho aguas en Argentina como en ningún otro lado y por ello está arraigando allí con más fuerza que en otros lugares la alternativa.

En la olla popular se cuece un nuevo, ingenioso y sabroso caldo. Una nueva Argentina está naciendo en las panaderías colectivas, en los hornos de barrio, en los programas de educación popular…, una nueva forma de entender las relaciones laborales y económicas está surgiendo a partir de las redes de trueque y de servicio, a través del movimiento de empresas recuperadas… Una nueva nación emerge por todos los costados. En mi visita argentina he podido conocer a mucha gente formidable que no han tirado la toalla y que son fiel exponente de la esperanza que se gesta en esta nación hermana.

Puedo dar personal testimonio de maestras que compran los lápices para sus niños, de agricultores que donan sus excedentes, de titanes que con una pequeña máquina “offset” alimentan toda una editorial, de médicos que visten su bata blanca en consultorios improvisados, de chavales que organizan sus propias redes de distribución de música y software, de artistas que sueltan su genio generosamente por las calles… Puedo dar testimonio de mucha gente que calla con ejemplar orgullo la dureza de este tiempo, que no vende ni dignidad, ni sonrisa y que conspira agazapada su asalto al mañana.

El descontento popular no ha tenido aún posibilidad para manifestarse como gran oferta electoral, sin embargo muchos sectores que protagonizaron la protesta y se adueñaron de la calle hace un año y medio, gozan de un mayor nivel de organización y van poco a poco articulándose en movimiento. No se genera una casta de líderes libre de corruptelas, con genuina vocación de servicio y con carisma y capacidad visionaria de un día para otro. Por de pronto el virus de una democracia auténticamente participativa comienza a contagiar un país de gran tradición caudillista.

El 18 de Mayo no se manifiesta como una fecha importante. La nueva Argentina conspira silente a más largo plazo. De cualquier forma no está de más que el sureño Nestor Kirchner cierre el paso a Menem en su tan ambiciosa como peligrosa carrera hacia la Casa Rosada.

Mi capciosa pregunta estaba en realidad también errada. Quizá no sea preciso siquiera construir el PT “brasileiro” a la argentina. Es preciso reparar en que cada país tiene su propia “hoja de ruta”, única e intransferible, ahora que ésta se ha puesto de moda Sin embargo está fuera de toda duda que una nueva Argentina se alza. La enorme solidaridad desatada a raíz de las inundaciones de Santa Fe dan prueba de ello. Testificando ese despertar, vaya el verbo esperanzado de la profesora de Filosofía, Silvia Carnero:

“Si en algún momento los argentinos sentimos que algunos nefastos gobiernos nos habían robado los sueños, algo queda claro, ya nadie podrá sustraernos la clase de sentimientos que se generaron en estos últimos días… Proyectemos, demos muestras de cómo los argentinos podemos a través del esfuerzo mancomunado, sortear las más penosas de las vicisitudes. Seamos críticos al mismo tiempo que solidarios y responsables pero no sólo en las situaciones límites, hagamos un hábito de estas conductas.

Si espontáneamente nos autoconvocamos para ayudar a nuestros hermanos santafesinos y la misión está dando sus frutos. ¿No será, tal vez, que lo que nos queda pendiente como argentinos es la toma de conciencia de una tarea aún mayor? La convencernos de que también podemos, entre todos, levantar a la Argentina”.

 
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