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Milagrosa luz sanadora o el ajedrez de cristal en mitad del cierzo leonés

No sé dónde pasamos la tarde del domingo. ¿Era una casa de madera o una nave del futuro? En medio de ese platillo fuera del tiempo, sobre una mesa baja rodeada de gente, los frascos de la luz. Desde la puerta de entrada pensé que, a la vera de las llamas, se jugaba una gran partida de ajedrez. Esos reyes, torres y alfiles de transparente cristal susurraban las palabras de Thay. “El sufrimiento es impermanente, es por eso que podemos transformarlo.” En aquella gran casa de madera rústica y futurista en las estribaciones de la montaña leonesa se afanaban en ello. Iban en pos del sufrimiento cargados de la sola luz. No sé cómo, pero a fe que lo transformaban. La luz lograba que los dedos se cerraran y las rodillas se flexibilizaran y el dolor empezará a mermar… En mitad de toda la reunión estaba el doctor Moncayo, el promotor de esa pacífica revolución en el ámbito de la sanación. Estábamos con el reputado médico mexicano cuyo “Acqua de luz” se aplican en las extremidades y miembros dañados cada vez más pacientes a ambos lados del Atlántico.

Fui de taxista, pero me pusieron igualmente silla junto a aquel ajedrez de la luz, sin otro rival que el sufrimiento del mundo. Pudimos calentar nuestros cuerpos, pero sobre todo participar del noble afán de la quincena de médicos, pacientes y estudiantes allí reunidos. Apenas podía captar lo que hablaban, pero igualmente me impliqué con ellos en pos de esa invisible luminaria y sus efectos sanadores. No sé cómo meten la luz en el agua, cómo le aplican las frecuencias precisas. Pasé seis horas sin entender apenas nada de lo que hablaban y sin embargo no perdía palabra. Tenía la sensación de privilegio, de viajar al futuro. Aquella luz capturada en esos frasquitos parecían guardar muy importantes claves de la sanación del mañana.

En razón de la teoría del doctor, nuestros cuerpos serían en realidad luz condensada. Nuestra enfermedad tendría su reflejo en una alteración del comportamiento de los electrones. El método Moncayo trataría de restablecer esas anomalías electrónicas. Sólo fui de acompañante, pero me vi envuelto enseguida en esa fascinante exploración de nuestros “cuerpos luz”, en ese anhelo colectivo de ayudarse unos a otros, de aliviar al enfermo. Allí no había predistigitación, sino búsqueda concienzuda y científica. Sobre el gran tablero las fichas no paraban de moverse y aplicarse. Se destaponaban se aplicaban y volvían a sus filas en su flanco correspondiente.

Todo era sano, fraterno. Nada más lejos de un juego erótico cuando las mujeres en torno a la mesa se quitaban los pantys y rociaban su rodillas castigadas con el agua sanadora. Los presente hablaban otro idioma, pero la coherencia parecía hilarse y las aguas comenzar a sacar el mal de adentro. Vi en el renombrado doctor un hombre generoso y cargado de buen humor, conocedor del cuerpo y su más profunda física, dispensando a diestro y siniestro claves de sanación. Fuera de la casa, el viento leonés traía el aviso de un invierno acercándose a pleno galope, pero a la vera del fuego, en torno al doctor, nosotros permanecíamos en otro mundo sin cierzos, ni dolores, en otra galaxia, jugando con la luz, el agua y el tiempo, adelantándonos a la hora.

Junto a sus alumnos y visitantes el doctor repetía una y otra vez que la “Mujer es Dios”. En realidad es de lo poco que entendí. Resonaba por dentro aquella sentencia definitiva. Por lo visto cuando ella está embarazada, cuando se prepara para recibir a un nuevo ser, le entra una espectro de luz diferente que le libra de los males. En ese seno sagrado empezó el largo peregrinaje del doctor en pos de la luz capaz de transformar el sufrimiento.

Nada más lejos de mi intención explicar lo que se me escapa, pura física cuántica que se derrama por ese tablero inabarcable , por esa mesa alrededor de la cual se aplica un método “capaz de reconfigurar la estructura del electrón en el átomo de hidrogeno.” Asegura el doctor que “más allá de las células, de los átomos, existe un orden que subyace y al que toda la vida responde en armonía”. Mario Moncayo y su equipo han explorado durante más de treinta años, “tratando de observar esa armonía en el ámbito atómico y han experimentado que es posible observar la salud desde un punto de vista del comportamiento atómico de los electrones.” De todos sus concienzudos y probados estudios, deducen que es posible “ayudar a restaurar el bienestar actuando en restablecer la armonía en la función del átomo de hidrógeno.”

Frío helador al tener que abandonar aquel ajedrez de luz y descender de la nave. Cinco horas de viaje por delante, que nos harían llegar a casa casi al rayar el nuevo día. No importa, veníamos del futuro, de intimar con las torres y alfiles de avezada vanguardia, de jugar con la luz sanadora del mañana. ¡Gracias Doc, gracias Goyo!

Toda la info: http://www.institutomoncayo.com/

 
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