Valiente abrazo

Nadie le aguardaba en el aeropuerto. Tras su estancia en Londres, un joven australiano, por nombre Juan Mann, volvía a su hogar en Sydney. Ya en él reinstalado, debía afrontar el desolador panorama de padres recién divorciados, ruptura con la novia y abuela enferma. Aún con todo, tuvo el valor de escribir bien visible “Free hugs” (“Abrazos gratis”) en un cartón y salir a la calle a regalar abrazos. No sólo logró amortiguar el dolor de sus penas, sino que brindó unos instantes gratos a cuantos se dejaron achuchar entre sus brazos. El éxito de la experiencia le llevaría a repetirla cada jueves delante del mismo centro comercial.

Sin embargo fue Internet lo que le catapultó a la fama. Un amigo le filmó y editó la grabación con música en un vídeo que después colgaría en "You Tube". Esas solas imágenes sentaron las bases para el surgimiento de un movimiento a escala planetaria (www.free-hugs.com). El revolucionario vídeo, que muestra al joven propinando susodichos a diestro y siniestro en el centro de Sydney, ha registrado 9’5 millones de visitas, colocándose en la décima posición de los más vistos en el macroportal americano.
La iniciativa de los “Abrazos gratis” ( www.abrazosgratis.org ) se extiende por cientos de ciudades de todo el mundo. En España ya en ocho capitales pululan los voluntarios el abrazo de balde.

Admiramos a los militantes del abrazo, que regalan cariño, a gente anónima. Admiramos su generoso gesto en medio del frío asfalto. Admiramos a quienes abren sus brazos una y otra vez en mitad de las plazas brindado al viandante sonrisa, aprecio, consuelo… Hay que tener valor para abrir el pecho al desconocido. He ahí quizás el mayor problema de las grandes urbes: nos hemos ido “desconociendo" cada día un poco más, hasta tornarnos absolutamente ajenos. La ciudad, cada vez más crecida, nos ha convertido en extraños a los unos con respecto a los otros. Por eso es de alabar a quienes saltan de repente tanto abismo, sin miedo al desplome de la ingratitud, al hielo del rechazo.

Más pronto que tarde, todos deberemos un día vencer ese abismo, que no implica necesariamente abrazos hacia afuera, pero sí de adentro con la condición de que sean auténticos y sinceros.

Aprovechemos este invierno, por fin feroz, para propinar indiscriminado calor y afecto. ¡Cunda el ejemplo de los que nada aguardan y todo su cariño entregan, sin mirar a quien! ¡Ojalá un día podamos ahorrarnos el cartel del “Free huchs”!, ¡ojalá pronto no sea preciso anunciar que todos necesitamos abrazos hondos, puros, por supuesto gratuitos!

 
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