Ni una sola bala

Algo grave ha tenido que suceder en Chiapas para invitar a salir al lápiz y los colores, para recomendar marchar al maestro y la enfermera, a los voluntarios y sus organizaciones… Se engrasan de nuevo los metales en el territorio liberado de los zapatistas. La pipa del subcomandante arroja humo añadido, humo de cólera por los acuerdos incumplidos, por el abandono de una región inmensa, por la soldadesca y los incontrolados que penetran la selva…

Sólo cada quien sabe cuando se agotan sus palabras, cuando tocan fondo. Hay quienes pensamos que éstas no deberían claudicar nunca. Las palabras tienen matices, tonos, silencios, ecos, truenos,… y una fuerza absolutamente insuperable cuando van unidas a la mente clara, al ritmo sereno y el corazón grande. Apenas comenzamos a descubrir su poder infinito; ya no digamos del potencial de la palabra florecida en poesía. La máquina de escribir del líder rebelde en medio la espesa floresta ha sido arma más fuerte y certera que toda la artillería reunida del adversario; sin embargo un sólo disparo le devolvería a él y los suyos a la condición más vulnerable. Las armas zapatistas no conquistaron terrenos, pero los cuentos de Marcos iban uno a uno conquistando corazones. Este hombre leyenda comprendió a tiempo que los bytes cargados de poéticas proclamas eran infinitamente más eficaces que las balas cargadas de odio.

Ojalá el subcomandante siga paseando su prosa de amor, reclamo y selva por los periódicos de medio mundo, en innumerables rincones digitales. Tiente por siempre el teclado, que no el gatillo; tienten las palabras unidas y en alarma, que no las filas prietas y los fusiles engrasados.

Alerta roja de pechos y manos desnudas, de espíritus y corajes desbordantes, mas nunca de combate de sangre. Tienten los fusiles de madera, la vida digna, la floresta rebosante, la paz justa…, que no el bando de batalla. Una y mil caravanas hasta el asfalto inmenso, uno y mil camiones brotados de la selva, desbordados de banderas y clamores, una y un millón de palabras caminadas hasta los palacios y poltronas de la urbe capitalina…, pero, por favor, ni una sola bala nacida en las trincheras de la esperanza.

"No somos la realidad, sino apenas su reflejo, no somos la luz, sino apenas un destello", proclamó el subcomandante, en su histórica alocución del Zócalo. ¡Por el destello inmenso, por la realidad gloriosa escrita con sudor, nunca ya más con sangre!

 
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