Neruda en Atocha

Estuvimos en Atocha, estación de la esperanza. Sobre el frío mármol de su vestíbulo inmenso, todas las religiones, todas las velas, todas las flores… Se citaron también todas las banderas, todos los peluches, todos los santos… Nunca vimos tanta poesía escalando paredes y muros, tanto arranque profundo a por el cristal, el ladrillo, el propio suelo.




En medio de tal alarde de hondura, distinguimos a Neruda. Le habían llamado por la urgencia del 11M. Retornaba junto al Hernández de “las tristes guerras y la empresa de amor”, junto al Machado de “los crepúsculos gloriosos”, junto al Bécquer de “las alas de tul del sueño”… Al verlos sentimos que la esperanza había triunfado en Atocha. En medio de los peluches de todos los bosques, de las velas de todos los colores, en medio de los santos de todos los altares, clama el inmortal chileno: “Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura que despiertes la cólera del pálido y del frío. De sur a sur levanta tus ojos indelebles. De sol a sol que suene tu boca de guitarra… y si te veo triste, me moriré otra vez”.

Unas vallas amarillas acotan el espacio sagrado, sagrado porque se camina despacio y desborda poesía, sagrado porque lo han conquistado oraciones de muchos credos, idiomas de muchas naciones; sagrado porque allí todo vuelca para adentro, sagrado ante todo, porque en ese espacio renace con fuerza el sueño unidad humana.

Abramos las vallas amarillas de Atocha. Desacotemos ese elevado espíritu de universal fraternidad. Impregne la esperanza y la poesía todo el asfalto, cale toda la vida… Unamos las banderas, las religiones, los peluches, los equipos de fútbol, los poemas, los sentimientos de adentro…, sin necesidad de otro estruendo, ni de que los trenes salten por los aires, ni de que nuestros soldados vuelen a vedados desiertos, ni de que la muerte llame al portón de nuestras ciudades…

Atocha mató la muerte. El “pálido y el frío estaban de cólera” pues entre los labios mordidos, entre centenares de llamas y corazones aunados, entre la apretujada muchedumbre de peluches, santos, Jesuses y Marías, brota sin cesar grandiosa esperanza, desbordante fe, colosal compasión. No nos coja tristes Neruda, no nos sorprenda desalentados, divididos…, no se nos vaya a morir de nuevo…

 
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