Paciente amanecer

La semilla, el huevo, el feto son buenos guardianes del tiempo. Saben al detalle de medida, cálculo y graduación. Pero hay en la naturaleza otros muchos maestros del tiempo y de la esperanza. No rompe el día de un solo golpe de luz. El invierno entra ahora sigiloso en nuestras moradas. La llama de nuestra estufa crecerá despacio en su desafío contra el frío. La higuera comenzó a fabricar su azúcar en verano. La fruta se inundó lentamente de zumo. La flor también se anunció con tiempo; no destapó de repente color y perfume. Los humanos somos también lentos, tardíos en descorchar nuestro mejor aroma…

La naturaleza nos enseña que todo es movimiento, evolución lenta y gradual. Todo se manifiesta con sigilo y madura con paciencia. Así caminan también los pueblos. No florecen de un día para otro. Necesitan su tiempo.

No es lo mismo Bush que Kerry. “Los dos son iguales” significa no haber leído el libro de oro de la naturaleza. No se puede pedir peras al olmo, ni revoluciones al americano con dos o tres coches en su garaje. Además las revoluciones no existen y menos en América. Eran un cuento imprescindible del ángel de la esperanza. Existen evoluciones, sueños más urgidos, utopías más imprescindibles, zumos más dulces, apuestas de más calor y llama.

El pueblo norteamericano necesita también su tiempo hasta madurar, hasta reunir su propio azúcar, hasta hartarse de guerra, hasta firmar Kioto y el Tribunal Internacional, hasta tornarse más pacífico, humilde y solidario.

No hay alba repentino. Escribimos cuando empiezan a bailar los primeros y cruciales números. En la larga noche de la incertidumbre, ponemos velas al ángel de la esperanza ¡Ojalá para cuando leáis estas líneas sean ya los primeros rayos, las tímidas luces! ¡Ojalá cedan ya guerra y abuso! ¡Ojalá color nuevo, fruta más madura! ¡Ojalá alcance Kerry la Casa Blanca!

 
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