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“ONGI ETORRI” SILENCIOSO

El virus del COVID 19 ha devorado demasiados pulmones, pero también reseteado no pocas mentes. Sin embargo, recién comenzamos a salir de la pandemia, volvemos a las salas de cine y allí nos reencontramos con mucho de lo que comenzábamos a olvidar. Falta poco para pasar aquí definitiva página. La última película de Iciar Bollaín está contribuyendo a ello de una forma inimaginable. La directora y la protagonista nos han querido expresar que el cese del sufrimiento, la transformación y la curación están en nuestro interior. La semilla del despertar y del amor se encuentran en nuestro corazón.

La historia se acuerda siempre de los que saben pedir perdón a tiempo. Las carteleras también. Por eso la película “Maixabel” viaja de pueblo en pueblo sin parar, por nuestras propias salas, por todas las de la geografía española. Las carteleras, la ciudadanía buscan historias en las que somos capaces de perdonarnos y volver a empezar. Nuestra capacidad de pedir perdón, de acogerlo mueve a las gentes y llena también salas de cine. Todo podría tornar un poco más celuloide, no sólo del de glamour, sino del que transforma a las personas.

Los años transcurridos acusen la dimensión de lo bárbaro y lo irrepetible. El perdón no anula una trayectoria, no deja un relato personal sin sentido, más al contrario lo dignifica. Todo lo que retorna en búsqueda de nuestra dignidad nos hace mejores. Podemos errar, pero no persuadir en el error, sobre todo cuando Euskadi amanece, cuando se planta delante nuestro un futuro que difícilmente podríamos haber soñado.

“Maixabel” se proyecta una y otra vez porque habla de nosotros mismos, de nuestra posibilidad de empezar de nuevo. No conviene por lo tanto ausentarse de su proyección. Al fin y al cabo, las luces se apagan y la alquimia opera dentro, no necesita evidenciarse. “Ongi etorri” a las oscuras, pero liberadoras salas que nos permiten renacer.

Ya sembraron otros otoños su amarillo dolido, sus colores comidos. Hoy el cine no habla de un paisaje sin ocres; sugiere otra suerte de música, de bienvenidas y “ongi etorris”, por más que hay aprendices de héroes que nunca encontrarán pétalos, ni “goras” a su paso. "Ongi etorri" al final del íntimo empredrado, de la Calle Mayor ineludible, sin autoflajelo, pero tampoco desfiles, entarimados, ni laureles. “Ongi etorri” de discreto txistu y tamboril, sin estridente bombo y platillo. “Ongi etorri” sin algarabía, siquiera como confesión casi silente, como contricción discreta, como susurro capaz de virar el mañana. “Ongi etorri” con abrazo ancho, abarcante, sin discriminación, en el que ya nadie quede fuera.

Los cohetes apuren su pólvora sin necesidad de cielo. “Ongi etorri” a la memoria y la honra de tanto aliento gratuitamente segado, al reconocimiento de que todo pudo ser de otra forma, sin ápice de dolor ajeno, sin tantas vidas y familias destrozadas. “Ongi etorri” a la constatación del terrible yerro, de que la violencia fue en balde, de que esa perseguida independencia y su flamante nuevo Estado, no valían una gota de sangre.

El viento guarde recato y no agite ninguna bandera. “Ongi etorri” a la catarsis imprescindible, incomprensiblemente postergada. “Ongi etorri” al ensayo de saldar deuda con dos sílabas sinceras, profundas, arraigadas: “perdón”. "Perdón" sin matices, rebajas, ni edulcoramientos. "Perdón" y punto. Nada más y entonces sí, a por otra cosa, a por otro futuro.

El aurresku se baile dentro y las pancartas mantengan silencio. "Ongi etorri” al compromiso con las nuevas generaciones de una comunidad unida y sin rencores. “Ongi etorri” a la definitiva desaparición de los bandos, rubicones culturales y empeño maniqueo. "Ongi etorri" a la debida, anhelada e impostergable reconciliación entre todos los hijos e hijas de este pueblo por fin esperanzado.

 
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