Djinpa- Borja

Aguarda gozoso y sereno la muerte. Entre aroma de inciensos y legajos de sabiduría, este anciano lama catalán suspira levantar el vuelo y ver corrido el velo. Su pista de despegue es una humilde cabaña perdida en un lugar incierto, en medio de un bosque de pinos. Aguarda vuelo y mientras tanto medita y escucha, reflexiona y escribe para que otros transiten por la vida con la paz y sonrisa que él ha logrado alcanzar.

El “Muero porque no muero” de nuestra mística universal encaja por entero en este hombre deseoso de emprender una aventura para la que se ha preparado como pocos. En su severo retiro se va aclimatando a esa oscuridad inundada de luz por la que suspira.
Los pinos frente a la ermita-cabaña “Samten Tarchin Ling” tapan buena parte de la clara luz invernal. Apenas entra el sol en la pequeña habitación donde Lama Djinpa espera su liberación final. Manifiesta que le restan pocos días en la “carne”, sin embargo su rostro se manifiesta saludable y la fuerza que despliega cuando habla parecería otorgarle aún una larga prorroga.

Quizá la fidelidad al testamento de Milarepa incorpora añadida felicidad a su semblante: “… Si puedo morir así, en la soledad de las montañas, entonces se habrá cumplido el último deseo de este yogui”. Pero mientras que le quede un hálito, vivirá para despertar a los humanos del sueño de la vida: “todo lo que es dependiente carece de naturaleza propia y, por lo tanto, no puede ser permanente. No muere nada permanente. Así pues, no perdemos nada decisivo”.

Borja de Arquer, así era su nombre antes de vestir rojo oscuro, tiene esa edad incierta, detenida que alcanzan los hombres que han conseguido amasar esa cara suerte de gozo interno. Su frente enorme parece encerrar también una mente de grandes dimensiones, una erudición que el se encarga como buen budista de menospreciar: “Los occidentales somos muy hábiles saltando con la mente de aquí para allá, rehuyendo y posponiendo siempre una experiencia siempre prioritaria. Por eso el budismo no es una camino intelectual, sino exclusivamente experiencial”.

La virtud de la compasión que encarna no le priva de fruncir ceño y de cargar medidas dosis de pólvora en sus palabras. Impone su presencia interpelante, su sabiduría encarnada en testimonio, su rigurosa opción de retiro. No hay permiso de grabadora, ni de cámara. Uno deberá de olvidar el roll de reportero que alerta todos sus sentidos al alargar micrófono para una curiosa exclusiva y apurar relajado, liberado de compromisos, el instante irrepetible.

Supremo arte

Nos pregunta por el mes en el qué estamos como quien se interesa por la hora. El mundo y sus ritmos quedan muy lejos y no manifiesta el menor interés de reintegrase en ellos. Declina todas las invitaciones que le hacen para incursionar en la civilización, siquiera de forma esporádica. Se aplica casi en exclusiva a preparar y ensayar su vuelo póstumo, por lo que las televisiones, las universidades, los foros culturales e incluso centros budistas, se ven privados de su verbo poderoso, atronador incluso, pero siempre amable.

Vivimos el encuentro en la humilde cabaña como puro privilegio. A nadie concede entrevistas. La intermediación de un amigo, que había realizado un largo retiro con él, nos coloca dentro de la atmósfera íntima de este sabio, que inspirado en la tradición budista, arroja una muy certera y a la vez compasiva mirada sobre nuestro convulso mundo. Apuramos cada uno de los segundos que al final es una hora apasionante, delante de un hombre que conoce, como pocos occidentales, toda las escrituras sagradas y la filosofía de la religión sin Dios.

En un pequeño habitáculo rodeado de libros y documentos, ordenadamente colocados en estanterías, este lama occidental se deleita en el “arte inconmensurable del bien morir”, suprema y exquisita ciencia en la que sólo se emplean aquellos que se entregan más allá de ellos mismos, transmutando el deseo de felicidad propia en deseo de felicidad universal. En este arte no se contemplan los cielos más que para extraer la compasión y la felicidad de los mismos e insuflarlas en un mundo aún sufriente: “No se puede lograr una muerte digna, suprema o inconmensurable, una muerte de la muerte, siendo indiferentes al dolor y al sufrimiento de nuestros hermanos. ¿Cómo podemos morir pensando solamente en nosotros?”

Apenas se mueve de su reducido espacio, pero nada le falta, vive feliz. Pasa sus días en un gran cajón-pupitre, del que sale cada mucho tiempo para dar un pequeño paseo por los alrededores. Frente a él, su grande altar que llena toda una pared de la minúscula habitación. Es, como apunta con humor, su “televisor”. Todo le sobra ante tan colorida y abigarrada “pantalla” llena de iconos y estatuillas budistas.

Medita y escribe sin salir de ese gran cajón en el que ha metido sus días de preparación de su viaje al más allá. Cada seis meses imparte un retiro y entonces baja al “mundo”. Entre su retiro del bosque y el retiro que él imparte, aprovecha para hacerse con algún periódico, para ver algún telediario, ponerse al corriente de los acontecimientos y así mantener sus escritos dentro de las coordenadas de nuestros días.

Voto de felicidad universal

La escucha o estudio, la reflexión y la meditación van enhebrando sus días en ese bosque apartado, vedado a las visitas. La soledad es indisociable de sus elevados propósitos. Combate la mente, pero su cabaña rebosa de papeles y la mayor parte del tiempo que nos regala, lo emplea en leernos algunos párrafos de su última obra. Su estancia no presenta más lujo que un “portátil” donde ordena unas reflexiones cuyo principal cometido es aligerar el sufrimiento del mundo. La sabiduría que Lama Djinpa graba en el disco duro de la pequeña máquina es aquella que transita el camino del reconocimiento y la aceptación, “pues el camino del rechazo inspira la cultura de la confrontación”. Su meta es dar a conocer esta rueda cíclica en la que estamos inmersos y que nos empuja a reencarnar una y otra vez hasta “que somos liberados de la fascinación con la que los sentidos secuestran nuestra conciencia de la realidad, haciéndonos ver como real lo que no lo es”.

Incrustado en su pupitre, aguarda billete para su anhelado viaje a más sutiles dimensiones. Su mirada alterna la pantalla del ordenador, el altar colocado justo enfrente suyo y el infinito que escruta en sus prolongadas meditaciones. Ha logrado ejercitar su práctica del amor hasta haber abandonado su fijación en los reclamos del mundo. Su vida ascética no le empuja sin embargo a combatir el cuerpo. Ante nuestros ojos absorbe con placer un zumo de remolacha que le ha preparado su asistenta: “Ni el idealismo que desprecia el cuerpo, ni el materialismo que desprecia el espíritu pueden llevarnos a buen puerto”. Al fin y al cabo, quien es capaz de declarar: “Cuanto más sufrimiento absorbamos, más luz de la infinita compasión iluminará nuestro corazón en el momento de morir”, no observará más voto que el de la felicidad universal. Los demás votos callarán de puro pudor.

“¡Retiraos!”

Para este catalán que abrazó el budismo en el año 1977, es difícil que puedan crecer seres libres en las actuales circunstancias mediáticas. Por ello considera que la llave está en el retiro. Djinpa no pierde el tiempo en la muy excepcional entrevista que nos concede. En la conversación aflora en primer lugar su beligerancia por el silencio. “Aún estáis a tiempo, retiraos” clama este lama español, convencido de que no hay nada más importante en la vida que el hallar ese vacío interno. “¡Retiraos!, antes de que nunca más se os presente esta oportunidad, antes de que nunca más podáis realizar este acto valiente”.

Algo nos cautiva de este hombre sin protocolo alguno, que desde el primer momento nos lanza a la cara todas nuestras carencias y nos insta a colmarnos de silencio. A nuestro anfitrión no le interesa quedar bien, sólo aspira a que la breve charla se torne definitiva para nuestras vidas, sustrayéndonos de “un despiste imperante, de un materialismo galopante”. Nos lo espeta con la insistencia de un aviso crucial, con la fuerza de una última alarma: “¡Retiraos!, insiste antes de que la mente y esta sociedad desnortada terminen por engulliros”.

La aparente acritud está rebajada con buenas dosis de humor, sin embargo la fuerza de su interpelación no dejaría indiferente a nadie. Arremete contra quienes no tienen el valor de afrontar el silencio y cuestiona incluso iniciativas de paz y de orden altruista, pues, a su entender, la verdadera paz sólo puede nacer entre hombres que han vencido su “legión de egos”.

La propuesta con la que nos invita a reorientar nuestros pasos es bien sencilla: en lugar de caer en la dependencia de nuestras ilusorias, inestables y efímeras relaciones familiares, sociales o de cualquier índole, de las que un día seremos arrancados, podemos en cambio profundizar y sumergirnos en nuestra intimidad hasta descubrir que esta soledad, a la que tanto tememos, es la fuente misma de la solidaridad universal que se encuentra en nuestro corazón. Para el lama este estado conduce a la plenitud del ser humano, a su libertad y experiencia de la felicidad que no se pierde.

“Bella y sabia”

Lama Djinpa habita la ermita “Samten Tarchin Ling” o lo que es lo mismo el “Jardín de la meditación hasta la liberación final”. Su temperamento más duro, que aflora en su discurso contra la civilización occidental, “ese páramo espiritual expoliado por el consumo más desenfrenado, las guerras y la caza de brujas”, se atempera al reflexionar sobre “un vuelo” que prepara de forma intensiva.

Cortejea sin cesar a la muerte. Su rostro se ilumina al hablar de ella: “La muerte es bella y sabia, si la sabemos regalar con los ornamentos de la vida. No hay que temer a la muerte, hay que amarla de día y de noche, en la vigilia y en el sueño...” En los retiros que imparte sobre este tema exclusivo, ahuyenta el miedo a la muerte y enseña a encender las luces que nos permiten “sumergirnos en su ámbito misterioso, espectacular y maravilloso”.

Para este sabio budista la vida continúa y el último suspiro es trasformación, no extinción. El nacimiento a la vida eterna no sería un asunto de cuerpos sutiles o groseros, ni de supermercado celestial, sino de un estado mental. Acuciado por “el sufrimiento, la dispersión y la insolidaridad que contempla a su alrededor”, estimulado por la demanda de sus amigos espirituales, que quieren contribuir a la paz del mundo y al alivio de sus miserias, ha escrito el libro “Buda, materialismo y muerte” (Ediciones Librería Argentina. Madrid 2002). En esta obra, recientemente publicada, el autor augura la plenitud del ser humano que culmina con “su romper luces, después de romper aguas para acceder así al corazón de la no-muerte en el ámbito de la sabiduría primordial”.

A lo largo de sus páginas trata de recuperar el genuino significado liberador de una muerte que “nuestra civilización ha declarado non grata, fuera de la ley, la vergüenza de la vida”, a la vez que esboza todo un completo tratado del “bien morir”: “Lo mismo que una vida cloroformizada no puede considerarse buena, tampoco lo es una muerte enajenada”.

Para Djinpa la conflictividad de la vida social crece en proporción inversa al respeto por la muerte: “Una vida de espaldas a la muerte es una vida sin horizonte, una vida que se devora a sí misma, sin sentido ni significado alguno”. El lama combate con toda su artillería argumental esa “necedad de no querer bajarse del tren. Nadie nos invita a realizar un feliz viaje al culminar esta vida, sin embargo este viaje maravilloso existe y además es gratis” Por eso el lama sugiere la iniciación en el “ars moriendi” o arte del buen morir en sustitución de ese combate denodado contra la muerte que ha emprendido nuestra civilización moderna.

“Homo tecnosalvaje”

Gesticula combativo desde su cajón. “El mundo está patas arriba, afirma sin dar tregua a su discurso beligerante. En la égida del progreso ha muerto el espíritu de Dios”. No deja a títere con cabeza este anciano ermitaño para quien Dios yace sepultado en los templos. “Sin embargo, aunque a trancas y barrancas, las iglesias perviven, pues el símbolo divino y trascendental de la vida, pese a todo, es el último refugio del ser interior frente a la miseria moral, física y espiritual que produce esta nueva pirámide del progreso”.

En el templo de “Dag Shang Kagyu”, a una corta distancia de donde nos encontramos, elevan cantos y plegarias en celebración del comienzo del año tibetano. El lama Djinpa se mantiene incluso retirado en esta importante festividad. Su extremo ascetismo no le impide desbordarse en reconocimiento a Buddha y a sus maestros de diferentes ramas y linajes. Está persuadido de que la llegada de “budismo a Occidente ha abierto ante nosotros un camino de felicidad, sabiduría y solidaridad; hacia el real asentamiento del ‘homo sapiens’ en este planeta”. Su formación budista no le impide tampoco reconocer que existen escuelas psicológicas occidentales que han hecho “nobles esfuerzos por ir más allá del sufrimiento, pero que aún continúan siendo egocéntricas y, por lo tanto, intrascendentes”.

Al rato de charla, nuestras preguntas no se ajustan a guión, sino al impulso de prolongar con cualquier excusa el encuentro con el sabio de “Samten Tarchin Ling”. Se agota el tiempo de oro en la cabaña de madera. Nos retiramos con el interrogante en la cabeza: nueve días de puro silencio es la condición del lama para poder disfrutar de nuevo de su presencia beatífica.

Vamos en silencio monte abajo. Digerimos el instante vivido, nos preparamos mentalmente para la prueba de fuego del “retiro”, rumiamos por el camino de piedras y tardíos restos de nieve el último deseo del lama: “Que todos los seres puedan levantarse del lecho de la ignorancia y realizar un mundo mejor, más bondadoso y justo para todos”... Así sea.

Currículum color azafrán

Poco sabemos del pasado de este catalán misterioso, al que ni siquiera nos atrevemos a preguntare por su vida. Apenas nada hemos podido indagar sobre este hombre que ha cortado su dependencia con el mundo, con sus títulos y honores. Sólo por los cuatro libros que tiene publicados hemos podido conocer algo de su pasado, únicamente desde que se inició en la tradición budista.

Nuestro punto de partida es 1977, cuando Lama Djimpa (Borja de Arquer) se hace discípulo de lama Yeshe. Entonces realiza su primer retiro de tres meses en Kopan (Nepal) con este lama y con lama Zöpa Rinpoché. Estudia los Sutras y los Tantras budistas en varios centros e instituciones de Europa con Khenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoché, abad de Kagyu Scholl of Tibetan Mahayana Buddism. Entre 1984 y 1988, tras haber efectuado tres veces los preliminares espaciales, completa el retiro tradicional de tres años en el Monasterio de Vajradhara (Normandía), bajo el lama de lamas, Khyabje Kalu Rinpoché, profesando los votos de monje Getsul.

En 1998 ejerce como lama del linaje Shangpa Kagyu en Francia, bajo la autoridad del V lama Gyurme. El año siguiente entra como lama residente en el Centro Budista Sechöling de Terrasa. Colabora con el colegio monástico de Dag Shang Kagyu, primer monasterio budista en España. Ha impartido enseñanzas en diversos centros budistas, dando conferencias públicas, intervenido en programas de radio y televisión y participado en mesas redondas y seminarios. En la actualidad y desde octubre de 1998 permanece por tiempo indefinido en la ermita “Samten tarchin Ling” (Jardín de la meditación hasta la liberación final) de Dag Shang Kagyu (Panillo, Huesca), retiro que sólo interrumpe semestralmente para dirigir un seminario.

Destellos para un mundo convulso

Sacralidad. Lo sagrado no es lo prohibido, es lo inviolable. Por esto pervive hasta hoy, pese a la desacralización general de la vida.

Sufrimiento. Surge, sin excepción, del deseo de la propia felicidad. Los perfectos buddhas nacen de la inspiración de beneficiar a los demás. Por esto, cambiar completamente el sufrimiento de los demás por nuestra felicidad es la conducta práctica de los hijos del Victorioso”… El sufrimiento es una mina de virtud, nuestro principal aliado en el camino del despertar, pues es el encargado de liberarnos de los engaños. No hay un solo yogui que no sienta agradecimiento hacia las dificultades y obstáculos que finalmente le permitieron experimentar la liberación.

Muerte. Compañera fiel, nos libera de quedar atrapados por la ignorancia de la vida. La muerte es liberadora, es la liberadora de la vida y también su alimento. La muerte pavimenta el circuito de la vida que conocemos; podemos caer en sus socavones o despegar tomando apoyo en sus colinas…

Morir en paz es morir sin enemigos exteriores ni interiores, y si aún los hay exteriores pedirles perdón de corazón por haber sido causa directa o indirecta de sus males.

Muerte iniciática. Es la que da vida. Es la de todo aquel que transforma el odio en amor. Esta es la alquimia verdadera que han estado practicando los sabios de todos los tiempos iniciáticos.

Vida después de la muerte: Son muchos los mundos y las formas de vida que nos son accesibles a partir de las puertas de la muerte, pero sólo aquellos que desarrollan el poder de la beatitud nacen en las dimensiones más elevadas.

El yo. Todos y cada uno de nosotros vive pendiente del “yo necesito”, “yo no quiero”, “yo me rasco”. El yo tiene una sola y exclusiva actividad, la búsqueda de la felicidad, la autosatisfacción. En la mente de cualquier individuo normal resuena sin cesar el tambor del yo. No pensamos en otra cosa… El yo es el origen y la causa de todos los sufrimientos y reinos de las existencias cíclicas. Sin lugar a dudas, el yo es la expresión primera de nuestro pecado original, a causa del que volveremos a nacer y a morir sucesiva e indefinidamente hasta que nos liberemos del mismo… El yo es el alfiler que nos clava en el álbum de la vida mortal en la que en vano aleteamos buscando la felicidad libre de todo sufrimiento. Todos queremos ser felices y sin embargo, nadie lo es verdaderamente. La causa de ello es la naturaleza insaciable del yo, que es como un saco sin fondo, siempre vacío, siempre insatisfecho… La muerte del yo y la felicidad verdadera son inseparables.

Felicidad. La felicidad y la infelicidad se contienen mutuamente. Por esto la felicidad se derrama de compasión ante la presencia de la infelicidad y aun los seres nobles que han purificado todas las emociones perturbadoras no pueden dejar de sumergirse en los mundos del sufrimiento con tal de liberar a los que tanto sufren… Mientras haya seres que sufren, no habrá cielo en el que poder ocultarnos.

Compasión. La energía inteligente de la compasión universal, que erradica las causas del sufrimiento. Es la única panacea mágica que puede convertir el signo de los tiempos con el que nos precipitamos en los infiernos… Una vez más, la sabiduría de Buddha nos conecta con la técnica, yo creo que primordial, por medio de la que desarrollar indefectiblemente este recurso divino, porque divino es aquel que ama a los demás más que así mismo.

Práctica del “Tonglen”. Inspirar el humo negro del sufrimiento, espirar la luz solar de la felicidad. Gota a gota se evaporan los océanos del sufrimiento. Cuanto más advirtamos el sufrimiento más crecerá nuestra compasión. Esto se consigue practicando el dar y el tomar por medio de la respiración…. Sólo la práctica del “tonglen” nos permite respirar en este mundo viciado y darle la vuelta a la tortilla, como quien dice, al trasformar el deseo en amor, el odio en compasión y la indiferencia en solidaridad, las tres estrellas de la sabiduría triunfando de los tres venenos universales de la ignorancia, dándonos una nueva opción de amar al prójimo más que a nosotros mismos. Hemos de salir de nosotros mismos, si queremos librarnos de los mundos inferiores.

Buddha y Jesucristo. No respiraban otra cosa. Amor y perdón, cultivar la felicidad y evitar el error. Dos caminos que confluyen en el mismo cauce de la gran compasión: mostrar las puertas abiertas de la felicidad eterna a los que mueren. Esto es lo que necesita el mundo, lo que encuentran los que renuncian al mundo.

Paz mundial. No se trata tanto de combatir al mal, como de abrir nuevos caminos a la felicidad en este mundo y a tantos como seres lo habiten. Así pues no se trata de poner a los unos a un lado y a los otros enfrente, sino de cultivar masivamente la flor de loto de Ahímsa con el ondear de la bandera blanca de la paz universal… Éste es el mundo en el que nos ha tocado vivir y que nos da la oportunidad de cosechar raudales de virtud y felicidad, tanto como estos océanos del egoísmo y el sufrimiento nos ofrecen.

11 S. Los demonios de la codicia y la intolerancia se enfrentan… Ojalá sirva esto para despertarnos, y podamos así dar un sentido valioso al sacrificio de tantos seres en lugar de incitarnos al odio y la represión.

Educación. A medida que desaparece la religión de la educación de los niños se mata la revelación del alma, el descubrimiento del ser interior y se le priva así de la posibilidad de realizar la felicidad que no muere.

Televisión. Empezó siendo un florero familiar, se ha convertido en una planta venenosa de mil tentáculos que asfixia la vida interior de los individuos y de las familias.

Progreso. No es bueno ni malo. Inserto en el proceso de la vida es necesario. Se avanza o retrocede, pero siempre se transforma sin cesar. Lo importante es el sentido que toma esta transformación que, en la dimensión humana, implica un proceder.

Economía. El derecho a la plusvalía sólo se puede justificar después de haber satisfecho las necesidades elementales de todo ser humano.

Plegaria. Su poder es proporcional a la motivación. La oración es la palabra del alma que aspira a despertar de estos mundos virtuales en los que nada es verdaderamente lo que parece. La fuerza de la oración es la fuerza del corazón y su amplificación es el silencio en el que retumba la última afirmación del corazón. La oración de palabra vale poco, tanto como un rótulo de feliz cumpleaños sin pastel. La oración significa un estado de conciencia en el que se sublima lo mejor del ser, que es ser trascendente.

“¡Que todos, amigos y enemigos, puedan levantarse del lecho de la ignorancia y del amor propio!”. Si en todas las escuelas del mundo se repitiese esa plegaría veríamos levantarse una nueva primavera para la humanidad.

 
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