Tenemos que acostumbrarnos a los diferentes ritmos y velocidades. No todos teníamos que obtener el diploma al mismo tiempo en nuestras manos, ni pasar de curso a la vez. No necesariamente estábamos invitados al mismo banquete. Nadie se rasgue las vestiduras al tomar conocimiento de que había más turnos, de que en un crucial momento la humanidad debería dividirse, de que continuaríamos nuestra evolución en espacios diferentes. Así aconteció con las “razas raíz” que nos precedieron, así apunta también que sucederá con nuestra actual humanidad. Ya las profecías del antiguo testamento nos sugerían prepararnos para “la gran división”. Como es abajo es arriba. No todos tenemos la misma prisa por participar de lo que se gesta, por asomarnos a las cascadas cristalinas, por sentarnos en el nuevo prado rebosante de flores, por escuchar Palabra que alcance el alma, por rezar, cantar y danzar unidos, por perpetuar la hermandad. Hay que respetar los diferentes intereses y ritmos, por más que suspiramos por un mundo en que ninguna daga se hunda en el cuello de ningún hermano. Vendrán otros círculos, se consagrarán nuevas hermandades, así hasta el final de todos los ciclos. Otros preferirán aguardar a entrelazar sus manos sobre todo sus corazones. El nuevo Reino de Dios, la nueva era de paz y fraternidad que ya se prepara no es necesariamente un anhelo que concita a todos los hermanos y hermanas en este planeta. Hay quien prefiere agotar a cualquier precio la era del separatismo y su inherente conflicto, seguir invadiendo y hundiendo dagas, vivir hasta sus últimas consecuencias ese período duro, pero necesario, antes de participar activamente en la Alborada por la que tantos suspiramos. La Ley de evolución nos ayude a comprender la necesaria partición. Ya no más fatales puñales brillando al sol. Nuestros inviernos no eran para los tanques, nuestros cuellos no eran para el acero. Cada quien invoque a Dios a su manera, cada quien levante la morada, el alero y el jardín que por vibración le corresponde. |
|
|
|