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El pirata más generoso

Un repentino y fuerte viento puso literalmente a volar aquellos castillos hinchables, con toda su fantasía de plástico, con todos sus pesados motores de aire. Remontaban el cielo ante el asombro de los niños refugiados congregados en las afueras del multitudinario campo de Savudrija, la primera localidad croata después de Italia. Antton no había dudado en llevar camión y furgoneta cargados de material de recreo y animación hasta el mismo infierno del conflicto en la antigua Yugoslavia.

Había que arrancar sonrisas en medio de aquella guerra moderna, igualmente horrible. Costara lo que costara había que izar aquellos castillos de ensueño ante los ojos inocentes del desamparo. Había que disipar el recuerdo del horror, aunque todo el material de su compañía pudiera quedar después destrozado.

Valiente, desinteresado Antton. Nosotros fuimos con lo puesto, con la mochila cargada de buenos propósitos e ideales, pero él arriesgó su “modus vivendi”, puso a disposición de la expedición todo el equipo de los Titiriteros de Sebastopol. Tal era la inseguridad que todas las noches hacíamos guardias durmiendo en los vehículos. Para llevar a cabo la aventura solidaria nos casamos hasta con el propio ejército de la naciente República de "Hrvatska". Ellos nos daban alojamiento y procuraban nuestro trabajo en los enclaves de refugiados. Era el año 1991 y aún bosnios y croatas no se habían comenzado a matar por la misma tierra.

Un castillo detrás de otro, fuimos bajando por toda la costa croata de hotel en hotel. Los establecimientos asomados al revuelto Adriático en vez de acoger lujoso turismo, abrían sus pequeños apartamentos a bosnios y croatas arrancados de sus hogares por el azote de la guerra. Antton y su colaborador más estrecho en aquel osado periplo, no pensábamos igual, pero el mutuo respeto era grande. Su furia guerrera no había mermado, mientras que servidor venía de abandonar la “movida”, sin mayor coste de desencanto. Él quería hacer a las noches fiestas rockeras para alegrar la vida de los refugiados sobre todo jóvenes y adolescentes, mientras que quien suscribe apostaba por danzas más tranquilas que contribuyeran a sosegar los ánimos.

Fuimos como artistas voluntarios, pero con el tiempo mutamos en improvisados reporteros. La importancia personal se acrecentó al aparcar al farándula y adoptar un roll de pretendidos salvadores. Nacía en Donosti SOS Balkanes y había que reportar información de primera mano. Juntos fuimos al frente de Zenica, al norte de Bosnia. Los habitantes de la ciudad asediada vivían un situación límite a nivel de abastecimiento. Testimoniábamos, compartíamos la cruel dieta de chucrut y pipas de calabaza y después buscábamos codiciado fax para poder dar cuenta de toda aquella angustia y desolamiento. “Cabalgamos” muchos kilómetros por pistas que habían abierto los militares. Después de mes y medio la furgoneta volvió con los amortiguadores destrozados, pero no recuerdo ninguna queja de Antton.

La distancia de Donosti no me permitió seguir después su itinerario artístico, pero deseo rescatar este aspecto de su biografía que seguramente muchos de sus amigos numerosos desconocen. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero de todos los tiempos sin exclusión sacamos lecciones para aprender. Antton fue todo un símbolo, un referente de la movida alternativa del Donosti de los 80, un tiempo de esperanza y desolación a partes iguales, una década convulsa y atrevida con sus luces y sus sombras, desorientada y radical, pero también entregada y desprendida. Los Titiriteros de Sebastopol, cuya “alma mater” era Antton, estaba siempre en primera fila de la batalla artístico-callejera con toda su improvisación y amateuirismo, con toda su desmadrada creatividad y altruismo.

En aquellos tiempos mozos de farándula y barullo por la parte vieja y la colina de Zorroaga, Antton gustaba vestir de pirata. Era su forma de desafiar lo establecido, de hacerse con tesoros a repartir con los necesitados. Una pancreatitis ha hundido su barco de arriesgada y generosa singladura. Navegue ahora en paz por cantábricos menos alborotados, merecidos y transparentes mares de también cautivador infinito.

Artaza 20 de Octubre

 
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