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Je suis Charlie, je suis aussi le terroriste..."

Cambio no sólo el ángulo de la mirada, también el latido de nuestro corazón, el clamor de nuestras gargantas. Ya nada será como antes. Ahora nos sentamos al teclado y necesariamente nos preguntamos que diría el Maestro de la ancha Shanga. ¿Cuál sería el cartón que Thay blandiría en las frías avenidas de un París estremecido: "Je suis Charlie", "Je ne suis pas Charlie…"? ¿Cuál sería su titular? Seguramente rezaría "Je suis Charlie, mais je suis aussi les fréres Kouchi". Si pudiera de nuevo comunicarse con fluidez, seguramente nos diría que él era "todos los nombres, todos los hombres", el que agarraba con suavidad el lápiz y el que empuñaba con rudeza el fusil ametrallador; el que sembró derechos y libertades con su sangre y el que cruelmente la hizo brotar con sus balas. Él sería el dibujante y el yihadista, el artista y el terrorista…

¿Por qué ha cambiado tanto nuestros sentires y palpitares, nuestros rótulos y carteles ese anciano monje que hace poco se deslizaba casi en silencio por nuestra geografía? Por su "culpa" ahora nos toca ser todos los bandos. Ya no tenemos patria, ni facción, ni tribu. No sé si le lograremos perdonar… Ahora somos el trazo que sobraba del dibujante, la bala infinitamente más ignorante del asaltante. Ahora somos los de abajo y los de arriba, los de la derecha y los de la izquierda, los extremistas de un lado y los del otro… Ahora somos quienes claman por la libertad de expresión y quienes sacralizan la imagen del Profeta. Somos los que ponen velas junto a la montaña de estilográficas, somos también quienes se regocijan acariciando su larga barba de fundamentalistas.

Afirmar que en nuestro interior mora también el terrorista no minimiza el brutal ataque, no resta firmeza en favor de la incuestionable libertad y los sagrados derechos humanos, sólo es un ensayo de necesarios imposibles, un ejercicio máximo de compasión por quien ha llegado a tan deplorable actitud, sólo es una llamada al cultivo de la suprema paz en nuestro interior, pues cualquier palabra, actitud, dibujo, gesto..., ácido o agresivo por nuestra parte, contribuye también a exacerbar la violencia en el mundo.

Afirmar que también en nuestro interior mora el islamista radical no es relativismo, es simplemente constatar que la ofensividad tiene innumerables manifestaciones y que el asesinato a sangre fría es sólo su más cruda expresión. Es reparar en que aún restan motas de rencor sobre la pura superficie de nuestro alma, que siempre hay más amor de lo que conocemos por amor. Es reconocernos en otras vidas, atravesando otros desiertos, levantando otras espadas a saber en favor de qué cuestionables causas. Identificarnos también con los bárbaros de fácil gatillo es asumirnos parte de la grande y diversa familia humana, con su ancho arco evolutivo; es abrazar el "somos uno" el "yo soy parte de ti" aún en medio de los regueros de tan absurda sangre.

"Mi alegría es como la primavera,
tan cálida que abre las flores de toda la Tierra.
Mi dolor es como un río de lágrimas,
tan desbordante que llena todos los Océanos." Thay

¿Qué es lo que somos entonces? Hoy río triste, pero ojalá mañana primavera cálida. ¿Cómo nos llamaremos entonces? Charlie, Kouchi… Quizás de todos un poco… Quizás sólo recitar el sublime poema del Maestro vietnamita y así tratar de ensanchar las renqueantes puertas de nuestra aún exigua compasión:

"Llámame por mis verdaderos nombres
para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas,
para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa.
Por favor, llámame por mis verdaderos nombres
para que pueda despertar y quede abierta la puerta de mi corazón,
la puerta de la compasión." Thay

* En la imagen vigilia por las víctimas del atentado en la Plaza de la República. Los lápices y las estilográficas se amontonan junto a las velas en señal de apoyo los dibujantes muertos.

Arteixo 9 de Enero de 2015
http://www.KoldoAldai.org/

 
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