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“Le Pen” también adentro

Uno de los importantes beneficios que nos ha acercado la crisis es el de invitarnos a un mayor ejercicio del compartir. Sí cada día un poco más con los blancos, con los de color, con los amarillos, con los árabes... La tan mentada crisis nos empuja a mirar menos por nuestros privilegios y a pensar más en el beneficio ajeno, también en el de los que vienen de fuera buscando poder cubrir sus más elementales necesidades. Ahora toca compartir los servicios públicos. Ahora hay un Mohamed que grita la enfermera antes que tu nombre con “ocho apellidos vascos”, ahora hay un hombre de color con más músculo que aspira llevar la misma carretilla, ahora hay un chino que se ha apalancado en su casa el método de inglés de la biblioteca, ahora las aulas se llenan de niños de todas partes del mundo… Somos puestos a prueba para jamás olvidar que la vida es principalmente eso, servir y compartir; que nuestra época en particular nos ofrece un gimnasio intensivo en esa indispensable práctica. Lo de pujar por nuestros propios y exclusivos intereses es transitar en balde por aquí, olvidar el sentido maravilloso, altruista y liberador de nuestra permanencia en la tierra.

¿Pero quién no oye siquiera un tímido eco de protesta en su interior en situaciones de esa índole? Mientras que el alma se regocija, el ego, la personalidad se rebota cuando toca repartir. Somos doble naturaleza. Sólo cada quien sabe cuál de ellas alimentar: a la que abre las puertas y los brazos, o a la que blinda la entrada, amuralla el territorio y enfría el corazón. A veces nos sorprendemos a nosotros mismos con queja silente. Seguramente ese descontento nunca alcanzará los labios; esa actitud egoísta, xenófova no llegará a exteriorizarse, pero permanece ahí latente. Sepamos reconocer a la Marine Le Pen que también se remueve por dentro, que rabia en la hora del dar, que se queja de que hoy toca menos a repartir. Sepamos reconocer a nuestro alter ego poco solidario, que sin levantar aún la voz, se lamenta del avance de las posiciones de “quienes han llegado a última hora desde fuera” y aspiran poder disfrutar igualmente de nuestro bienestar.

¿Quién no ha errado sin techo en alguna vida? Todos hemos atravesado vallas y fronteras peligrosas; hemos debido dejar con pena un hogar y llamar, con tímidos nudillos y más de un complejo, a la puerta de una nueva patria. Todos hubiéramos querido vernos acogidos. Lo habremos de recordar para no alentar a la extrema derecha que también hace ostensivas sus reivindicaciones en los asfaltos de adentro. La derecha xenófova triunfa o progresa en Europa, porque también toma posiciones por una geografía más íntima. El crecimiento de la insolidaridad no lo hemos de observar únicamente en los gráficos de los escrutinios, también en esa porción, más o menos grande, de la “tarta” de nuestros propios pensamientos. Es triste el avance en las últimas elecciones europeas de quienes quieren blindar absolutamente las fronteras a los desheredados, pero ¿qué linde no cerraríamos con doble vuelta si discretamente nos cedieran la llave?

En Francia, cuna de libertades, el Frente Nacional se ha manifestado como la primera fuerza política. Sirva la alarma social suscitada, para propiciar también la reflexión profunda. La ultraderecha que avanza en Europa no sólo lleva por nombre “Front National”, “Amanecer Dorado”, UKIP, Partido Nacionaldemócrata…, también nuestros propios nombres cuando no tratamos con la debida amabilidad al hermano que vino de fuera ya en cayuco, ya en auto-stop, ya en coche con “vaca” desbordada. La dura derecha se manifiesta a través nuestro cuando no tratamos de igual manera al compañero que lleva aún un “adiós” atragantado, o que se dejó literalmente la piel en una alambrada, o que perdió un amigo en unas aguas sin socorro, en un “Mare Nostrum” que a la postre resultó no ser de ellos…

Hay un Frente Nacional que quiere igualmente extender su dominio y monopolio por dentro. Vigilancia también con la personalidad extremadamente individualista que quiere tomar nuestro parlamento y consejo de gobierno. No clamemos contra Le Pen, construyamos eso sí una tierra ancha y generosa, un hogar planetario de todos y para todos. Compartamos granero y privilegio. La vieja Europa no puede blindarse. Hasta donde le den las bisagras, será preferible que abra su corazón y sus fronteras; hasta donde pueda, será preciso que acoja tanto sufrimiento regado por el Sur de nuestro propio mundo.

 
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